miércoles, noviembre 09, 2011

Memoria

El recuerdo de las cosas pasadas no es,necesariamente, el recuerdo de las cosas tal y como ocurrieron
Marcel Proust

No hay nada más peligroso que las anécdotas. No hay nadie más mentiroso que quién recurre constantemente a ellas. Muchas veces la mentira se produce de forma inocente por la dificultad que entrañan ya que, en su relato hay que saber discernir qué es lo que realmente ocurrió, evitando que la memoria (como la de cualquiera) haya borrado parte de aquello o, incluso, haya rellenado esos huecos abducidos por la memoria, con cualquier otro detalle. 

Otros anecdotarios con patas, son realmente mentirosos compulsivos que se gustan de ser el centro de atención con cualquier historieta inventada o retocada por la invención. 

El segundo tipo de personas, me resultan tan deleznables como para tomar la decisión de pasarlas por alto, no otorgarles ni una línea más de este post y centrarme, exclusivamente, en el primer grupo de personas.
Si alguna vez creen que recuerdan algo lejano en el tiempo con suma precisión, piensen que los sentimientos y las emociones son enemigos de la memoria, que la manipulan a su antojo y nos muestran el reflejo de lo que queremos o creemos ver. La memoria es un espejo cirquense que nos ofrece imágenes que comparten un punto de verdad (nosotros); pero deformadas según el prisma, el grado o el ángulo en el que decidamos verlo.

Ray Loriga, en su “Tokio ya no nos quiere”, nos presentaba la memoria con una de las definiciones más acidas y duras; pero reales que he leído en mi vida:
 “La memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa”

Por eso, la misma historia narrada por otros, difiere tanto de la nuestra propia y, por mucho que nos empeñemos, no es más verdad la nuestra que la de nuestro opuesto. La verdad es una y fue verdad en ese instante que separa el pasado del futuro, en ese micro lapso durante el que fue presente.

Puede que, por ello, sea más fácil guardar rencor que perdonar, guardando rencor la gente se aferra a una idea que considera que fue así y permanece invariable en el tiempo, que les auto- reafirmar, erróneamente, en su capacidad memorística e histórica. 

Las personas rencorosas suelen ser prepotentes y egoistas. Si lo pensamos fríamente, las personas muy rencorosas otorgan una confianza ciega en una herramienta tan frágil como es la memoria, así como desarrollan un sentido y sentimiento ante los acontecimientos proyectándolos a su única y exclusiva perspectiva, sin intentar empatizar con las circunstancias o la visión del acto por el otro u otros coprotagonistas del suceso.

Aunque, a veces parece más inteligente guardar rencor evitando volver a tropezar en la misma piedra. Sin embargo demasiadas veces, si las cosas se miran desde lejos; evitando, por tanto, la interferencia de los sentimientos, puede que sea más justo y prudente aprender de ello y perdonar.

En cada momento, las personas tomamos decisiones, que “camino” coger, que “senda” elegir, y es el “paso” presente dado en cada microsegundo el que determina nuestro futuro. Sin embargo nos empeñamos en vivir observando lo que hay atrás, La Historia tiene la importancia que tiene; pero esta es relativa.
La Historia no es la verdad absoluta. A veces es cierta, a veces no, a veces viene determinada por la propia intrahistoria, demasiadas veces está indudablemente manipulada. 

La Historia sirve necesariamente para aprender de ella; pero no para vivir sobre ella. Porque, sino; si nos empeñamos en vivir de la Historia, y la Memoria es Historia, corremos el riesgo de conseguir que la Realidad sea Ficción.

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