lunes, enero 17, 2011

Aquellos años locos II
[Cosas de niños]

Durante nuestros primeros años escolares, fuimos sentenciaron a crecer con aquellas batas horrendas bicolor; esas batas de rayas blancas combinadas con, verdes para ellos y marrones para nosotros. Desde pequeños nos condenaron a hacernos fuertes, y no sólo psicológicamente, al portar aquellos rayados trapos atados al cuello cual gigantes delantales; sino también físicamente.

Para este segundo empeño, el físico, nos tiraron; sin casco, sin rodilleras, sin coderas… así, a pelo; contra un montón de piedras sanguinolentas, que las “hermanas teresianas” denominaban “el patio”. Para colmo, el patio estaba presidido por una infernal bola que, con las sádicas piedras entablaban una diabólica, pero fructífera, alianza estratégica destinada a aumentar la caza y los daños diarios de esos angelicales niños que correteaban de lado a lado.

-          Seño, seño… snifff… sangre
-          ¿Otra vez? Pero que blandos sois, todo el día haciéndoos heridas, y torpes y que poco cuidado tenéis…<<

Y entonces pensabas:“pues la verdad es que patosos, patosos… no sé… no sé… pero igual, subir a aquella bola estratégicamente colocada en el centro, esa astuta bola que siempre se las ingeniaba para terminar engañando a sus usuarios y poniendo cabeza abajo, junto con el hecho de que las colchonetas que esperaban la recepción de la víctima fueran un lecho de piedras… no sé… igual podían tenían algo que ver… o tal vez no… vete tú a saber.”

Y eso, el día que tenías suerte y a alguien no se le ocurría empezar a tirar piedras al aire gritando “lluvia, lluvia” mientras todos los demás, que parecíamos nuevos, volvíamos a mirar al cielo ofreciendo nuestros ojos, en tal sacrificio, en agradecimiento al milagro de las piedras voladoras.


            Nada, nada.- te decía la seño.- que esto no es nada.
Y mientras te decía eso; sin mirarte horrorizada por la sangre, la seño te endosaba otra tirita (marrón, nada de colores) y te aplicaba aquel mágico e infalible remedio sanador de la antigua medicina infantil, aquel que hacía innecesarios los cascos, las rodilleras, las coderas; las colchonetas y las paredes acolchadas; los paraguas para la lluvia de piedras; los guantes de metal anti-aplastamiento de dedos (que si no existen, señores, todo por la seguridad de los niños, den tiempo que alguien los inventará)… y la armadura completa con la que algún padre moderno, de eso “guays” de ahora, vestirá el día menos pensado a su hijo para ir al colegio…

La seño”,  invocando, cual curandero-hechicero a la sabia naturaleza y a los dioses sanadores, comenzaba su liturgia: “Sana-Sana Culito-de-Rana” y tú ya empezabas a sentir que la sangre dejaba de brotar de tus heridas y el dolor desaparecía.- “…si no sanas hoy, sanarás mañana.”.- y antes de que la bendición terminara de ser recitada, ya estabas corriendo y empujando a tus compañeros para volver a ponerte el primero cabeza abajo en aquella bola, desafiando, ya no a la gravedad; sino, mucho peor, a aquellas piedras sedientas de sangre que permanecían ansiosas por volver a romperte la cabeza.

Menos mal que las piedras eran pequeñas, casi gravilla. Aunque, a veces, aparecía una piedra enorme, del tamaño de un mechero que, en las manos de un niño de cuatro años, tiene la magnitud  de una escavadora y claro, ¿que se hace con una escavadora? Agujeros en la tierra. ¿Y que pasa cuando alguien intenta apoderarse de tu hoyo para hacer la obra que a él le convenga?, ¿Y con ese alguien que, metiendo la mano en tu hoyo, pretende parar tu obra si no le das “un caramelo-comisión”? ¡Obvio!,¡ni dudarlo! Le aplastas los dedos con tu piedra-escavadora por chantajearte, meterse y poner las manos donde nadie le llama. Y así es como [B] nos enseñó a respetar la propiedad privada, a no robar, a no aprovecharse de los demás. Y así es como [B] alejó la corrupción de nuestra “ciudad -patio”.
Y la verdad, aunque nunca justificaré la violencia, si lo piensan fríamente, no me digan que a Marbella, aunque sólo fuera como lección teórica, no le hubiera venido mejor tener más patios y menos campos de Golf…


Y carrera a carrera, aprendimos el compañerismo, saber compartir, la amistad… Y tras ir de carrera y carrera; en aquellas treguas que nos dábamos con las piedras, lamiéndonos las heridas sentados frente a esas mesas redondas, clamando y esperando venganza. Y sin querer aprendimos los números con los que contar las batallas lidiadas en el patio y los colores de la barras de la bola con el fin de poder acordar repartírnosla y jugar todos a la vez y sin darnos cuenta reforzamos los sentimientos aprendidos “de carrerilla”.
Y aprendimos el abecedario y sus veintinueve (yo aprendí 29, no 27 como la RAE) letras, a reconocerlas, nombrarlas y diferenciarlas y poco a como a pronunciarlas de dos en dos, de tres en tres:
- “La D, con la E: DE”; “La F con la R: Frrrr; y todo con la A: FRA”;
“U,u,u,u,u”.- gritábamos todos al unísono sin que nos preguntaran
La D- A con la R: Darrrrrrr”..- y alargábamos todos juntos incesantemente la “r, como sin nos fuese la vida en ello aunque no existiera razón aparente

Aún tendrían que pasar un tiempo para que fuéramos capaces de juntar esas sílabas y leer toda esa palabra. Aún tuvieron que pasar muchos años para que  comprendieramos su significado. Y más aún, tuvimos que esperar a ser mayores de verdad, para padecerla por aquellos en que confiábamos y, entonces sí… nos hizo daño y pudimos entenderla de verdad. Y, puede que atendiendo el autor y tamaño de la afrenta deba pasar infinito más, o incluso más allá para que podamos olvidar; algunos por rencor, otros por dolor;esa palabra y su significado, esa palabra que jamás debimos ninguno querer comprender y, mucho menos entender o hacer entender. 

Fuimos pequeños, eramos inocentes, puros y nos empeñamos en crecer, en ser mayores. Ahora somos mayores y, aunque queramos, ya no podemos volver.

En las cosas de mayores, a veces hasta nunca no sea suficiente


(continuará...)



 Aquellos años locos III ("Los mayores")

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